«Si doy un paso más, será lo más lejos que he estado de mi hogar en mi vida», le dijo Sam a Frodo. Y yo sentí algo parecido cuando, habiéndome despedido de todas las personas de las que pude, le di el último abrazo a mi madre en la Estación de Sants.
Y es que, después de varias semanas de espera, por fin llegó el gran viaje. Había tratado de mentalizarme de que iba a visitar África, algo que solo podía imaginar en base a películas, fotos y lo que me habían contado terceras personas. Y debía mentalizarme, también, de todas las precauciones de las que tanto se habla, porque la salud es algo serio y más en estos países. Así que mi costumbre inconsciente de beber siempre agua del grifo, con ese dulce regusto a cloro que tenemos en Barcelona, tenía que dejarla en standby.
El caso es que cuando aterricé en el aeropuerto de Entebbe, después de catorce horas en el aire y siete en un aeropuerto haciendo escala, sólo tenía un propósito en mente: «Estate atento, a ver cuál es tu primera impresión«. Cuando uno espera con ganas una gran aventura, desea poder saborearla desde el principio. Y así llegué yo: ojos bien abiertos y a la expectativa.
Después de pagar el visado y perseguir mis dos maletones a lo largo de la cinta transportadora, lo primero que vi al salir de la terminal fue un señor que, con toda su buena voluntad, había escrito mi nombre a modo de cartel de bienvenida.
Me estrechó la mano, cogió una de las dos maletas y me guió hasta el coche. Cuando dejamos atrás la aglomeración de personas-bienvenida, pude registrar mi famosa primera impresión de África. En dos palabras: color y calor. Todo lucía como cuando le subes la saturación a las fotos para que queden más cool: el sol y el cielo (hacía muy buen día, además), la hierba, los árboles, los largas extensiones de tierra… Nada fuera de lo normal, en realidad, pero a primer golpe de vista parecía un cuadro recién pintado. Quizás fue la emoción de estar en un lugar nuevo la que se encargó de brindarme esta sensación. Y también el colorido que aporta la manera de vestir por estas tierras, el de los vehículos que circulan por la carretera y, por qué no decirlo sin miedo a ofender a nadie, el propio color de las personas que pasean por la calle.
Y calor porque, como ya sabía de antemano, había dejado atrás el seco frío invernal de Madrid para adentrarme en una ciudad de más de 30ºC durante el día y con una sensación constante de bochorno (nada nuevo, viniendo de Barcelona). Este año me salto el invierno y ya si eso volveré para la primavera.
A medida que nos acercábamos a Kampala, sí me impresionó bastante el panorama: casas medio derruidas, personas vendiendo frutas, verduras y objetos diversos a pie de carretera (sin mucho éxito), gente apalancada o paseando sin rumbo aparente… Realmente, desde el minuto uno da la sensación de que cada uno se apaña como buenamente puede con lo que tiene.
Y un tráfico que, como también me habían advertido, no conoce de semáforos ni pasos de cebra: pasas cuando crees que puedes e intentas salir ileso. Por no hablar de la cantidad de motos (y motoristas sin casco) que se cruzan por delante a la primera que ven un hueco, con los correspondientes bocinazos como respuesta. Todo este conjunto de ruido, polvo, calor y color, es el que conformó mi primera impresión de los alrededores de la ciudad de Kampala.
Mi intención con esta nueva categoría del blog (Uganda 2017) no es otra que intentar obligarme a robar tiempo al tiempo para escribir sobre cosas que vaya viviendo o que me llamen la atención, y, con la excusa, ir dejando algunas de las fotos que en su día me ayudarán a recordar todo esto. Se trata, en resumidas cuentas, de intentar plasmar en papel las primeras impresiones de un catalanet que se adentró en un mundo completamente desconocido para él.
Somos un puñado los que vamos a poner un pie en Africa a traves de tus palabras así que, aquí esperamos impacientes la siguiente entrada!! PD: le voy a ir leyendo a Bru algun fragmento para tenerlo al dia 😉 muaaa
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